La edad sí importa en la prevención. Los trabajadores cada vez son más mayores. La tardía incorporación al mercado laboral, el descenso de la tasa de natalidad y la necesidad de garantizar la sostenibilidad del sistema de pensiones públicas hace inevitable alargar la vida laboral.
En el año 2002 medio millón de trabajadores superaban los 60 años, en la actualidad esa cifra se ha triplicado. Actualmente, más de 6,5 millones de trabajadores superan los 50 años y en las últimas dos décadas, el número de personas que trabajan más allá de la edad de jubilación se ha triplicado. El mapa demográfico de la población trabajadora ha cambiado y ello hace necesario aplicar la perspectiva de edad en los planes de prevención y seguridad.
Mapa demográfico
¿Conoces el mapa de edad de tu empresa? Es necesario para establecer una estrategia preventiva eficaz. Saber la edad de los trabajadores que desarrollan una determinada actividad permite adaptar las acciones a llevar a cabo. Además, facilita anticiparse a un posible déficit de personal en el caso de que un proceso lo desarrollen personas de similar edad, que en un momento dado podrían jubilarse al mismo tiempo.
Además, ese mapa sirve para poder incorporar la perspectiva de edad a la evaluación de riesgos. En ocasiones, un mismo riesgo afecta de manera diferente dependiendo de la edad. Por ejemplo, un elevado y exigente ritmo de trabajo no tiene los mismos efectos en un trabajador joven que en personal de mayor edad.
Es por ello, que es necesario adaptar la formación preventiva a las diferentes generaciones y a los puestos que desempeñan para que sea eficaz.
Gestión del tiempo
Un factor muy relacionado con la carga y el ritmo de trabajo es el tiempo. Es importante aplicar la perspectiva de edad en su distribución. El aumento de horas, las jornadas extraordinarias o el cambio de horarios afecta a la recuperación física y mental de los trabajadores. Recuperación, que con la edad es más complicada.
Así, se recomienda limitar los turnos nocturnos a partir de determinadas edades, pues la falta de recuperación influye en la seguridad y salud de las personas.
En cuanto a los jóvenes, más expuestos a jornadas atípicas, se enfrentan también al problema de la desconexión. Ellos son quienes hacen un mayor uso de las TIC y, por tanto, garantizar una desconexión plena del trabajo es fundamental para no alargar sus jornadas más allá del horario habitual.
Los horarios son clave para garantizar la conciliación, pero también hay que entender que no todas las personas viven su vida fuera del trabajo de la misma manera. Garantizar un equilibrio saludable entre la vida laboral y la privada también requiere de ser conscientes de que la situación vital, y las necesidades, de las personas cambian con la edad. Alguien con hijos no tiene las mismas necesidades que un joven recién incorporado al mercado laboral o que una persona en edad de jubilación.
La conciliación es una necesidad universal, su ausencia deriva en unos mismos efectos, estrés, ansiedad, desmotivación, pero sus medidas preventivas deben ser adaptadas a cada edad.
Formación
Las estadísticas advierten que a medida que aumenta la edad, los trabajadores realizan una menor actividad formativa. Esto se debe a la falsa creencia de que no es rentable formar a personas con un horizonte laboral limitado. La realidad es diferente y la consecuencia es que, en ocasiones, en la estructura empresarial permanecen trabajadores sin la formación adecuada.
Por ello, es necesario adaptar esas actividades formativas a la edad del trabajador, para que de esa manera no supongan un coste y sí una inversión.
Los cambios en el mundo laboral no afectan a todos los trabajadores de la misma manera. No es lo mismo un joven que por primera vez entra a una empresa, que una persona que está a punto de cerrar su vida laboral o que otro trabajador que regresa al mundo laboral con una edad avanzada. Los programas de adaptación, retorno al trabajo o de tránsito a la jubilación deben ser también adaptados a la edad de las personas para las que están proyectados.
La figura del mentor es uno de los medios más eficaces para la adaptación de un trabajador a la nueva realidad. El prejuicio hace que solamente las personas con más años en la empresa puedan transmitir su conocimiento a los empleados más jóvenes, cuando en realidad este tipo de iniciativas deberían atender no a la edad, sino a las competencias de cada empleado. Así, un joven puede transmitir conocimiento relacionado con las nuevas tecnologías y un empleado veterano sobre los procesos de producción de la empresa.
Estos son algunos ejemplos de cómo la perspectiva de la edad puede ayudar a mejorar la seguridad y salud en el trabajo. Tomar consciencia de que no todos los trabajadores son iguales es el primer paso para ello.